miércoles, 18 de junio de 2014

El Amor de un Padre ♥



El día que mi hija nació, sinceramente, no sentí gran 

alegría. ¡Yo quería un niño! En pocos meses me dejé 

cautivar por la sonrisa de mi Andreita y por la infinita 

inocencia de su mirada fija y penetrante. Fue entonces 

cuando empecé a amarla con locura. Su carita y su 

mirada no se apartaban ni por un instante de mis 

pensamientos, la veía en cada niña, todo mi mundo, 

era ella.

Una tarde, mi familia y la de mi amigo Raúl fuimos de 

picnic a la orilla de un río que había muy cerca de casa. 

De pronto la niña preguntó a su padre: 

- Papi, cuando cumpla quince años 

¿Cuál será mi regalo? 

- Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, 

¿No te parece que todavía falta mucho para 

que cumplas los quince?. 



- Bueno papito, tu siempre dices que el tiempo pasa 

volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí. 

Todos reímos con la ocurrencia de Andreita y seguimos 

disfrutando del picnic y hablando de otras cosas. 

Pasó el tiempo y una mañana me encontré con Raúl 

frente al colegio donde estudiaba mi hija, que ya tenía 

catorce años. Le comenté con gran orgullo las 

excelentes calificaciones y los conmovedores 

comentarios que le habían escrito sus profesores.



Andreita ocupaba toda la alegría de la casa, en la mente, 

en el corazón de la familia, y especialmente 

en el de su papá. 



Fue un domingo muy temprano que nos dirigíamos a la 

iglesia, cuando Andreita tropezó con algo, eso creíamos 

todos, y dio un traspié, su papá la sujetó de inmediato 

para que no cayera. Pero ya instalados en la iglesia, 

vimos cómo Andreita fue cayendo lentamente sobre el 

banco y perdió el conocimiento. La tomamos en brazos, 

mientras su papá buscaba un taxi para llevarla al 

hospital; Andreita estuvo en coma durante diez días y 

fue entonces cuando le informaron a Oscar que su hija 

padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente 

su corazón. Le dijeron que no era algo definitivo, y que 

debían esperar a practicarle otras pruebas para llegar a 

un diagnóstico firme. 



Los días iban pasando, Oscar renunció a su trabajo para 

dedicarse al cuidado de Andreita. Una mañana Oscar se 

encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:

-¿Voy a morir, verdad? ¿Qué te dijeron los médicos? 

- No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan bueno no 

permitirá que pierda lo que más amo en mi vida, 

respondió el padre. 

-Cuando alguien muere, ¿adonde va? Desde donde esté 

¿podrá ver a su familia? ¿Sabes si se puede regresar? ... 

Preguntaba Andreita.

-Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a 

contar algo, pero si yo muriera, no te dejaría sola, 

estando en el más allá buscaría la manera de 

comunicarme contigo, si hiciera falta utilizaría el viento 

para venir a verte. 

-¿Y cómo lo harías? 

- No tengo la menor idea hijita, sólo sé que si algún día 

muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave 

viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas. 



Ese mismo día por la tarde, llamaron a Oscar, la 

situación era grave, su hija se estaba muriendo y 

necesitaban un corazón urgentemente, pues el de ella no 

resistiría más de quince o veinte días. 



¿De donde sacar un corazón? ¿Como conseguir uno?.

Ese mismo mes, Andreita cumpliría quince años. Y por 

fin, ocurrió lo que parecía imposible, fue el viernes por la 

tarde cuando consiguieron un donante, una esperanza 

iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar. 

El domingo Andreita ya estaba operada, todo salió como 

los médicos habían planeado. ¡Éxito total! 

Sin embargo, Oscar no había vuelto por el hospital y 

Andreita lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que 

todo estaba bien y que su papá estaba trabajando para 

sostener la familia. 

Andreita permaneció en el hospital durante quince días 

más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que 

su corazón estuviera firme y fuerte, y así lo hicieron. 

Precisamente el día de su cumpleaños, le dieron el alta 

médica, Andreita estaba feliz e ilusionada. Al llegar a 

casa todos se sentaron en el sofá y su mamá con los 

ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre:  

"Andreita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi 

carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte 

latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron 

los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni 

remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este 

instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar 

respuesta a una pregunta que me hiciste cuanto tenías 

diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el 

regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija... 

Te regalo mi corazón, mi vida entera sin condición 

alguna, para que hagas con ella lo que quieras.  ¡¡Vive 

hija!!   ¡¡Te amo con todo mi corazón!!" 



Andreita lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente 

fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá; 

lloró como nadie lo ha hecho y susurró: “Papá, ahora 

puedo comprender cuánto me amabas. Yo también te 

amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la 

importancia de decir "TE AMO", perdóname por haber 

guardado silencio tantas veces". 

En ese instante las copas de los árboles se mecieron 

suavemente, cayeron algunas hojas y una suave brisa 

acarició las mejillas de Andreita, ella entre sollozos, 

sonrió, alzó la mirada al cielo, secó las lagrimas de su 

rostro, se levantó y emprendió regreso a su hogar. 

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